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La belleza en el desgaste

También en Revista Pliegos de Literatura y Pensamiento nº 7
http://www.revistapliegos.es/7/arquitectura.html

Quizá toda la arquitectura sea provisional, siempre definitivamente inacabada. En ella lo que se nos antoja definitivo no es más que una apariencia de los aplazamientos, los abandonos, los signos múltiples de la destrucción al acecho. No en vano en ese ser de cosa inacabada, incompleta e imperfecta, caduca y frágil, radica no poca de la capacidad de la arquitectura para emocionar.”
J.J. Parra Bañón. Arquitecturas terminales: Teoría y práctica de la destrucción.
(II.2.I Acerca del dibujo, la destrucción y el análisis: dibujos terminales.)

Parece sugerente la idea de pensar el edificio como ente, capaz de reencarnarse, de morir y renacer de sus propias cenizas, como si de un ave fénix se tratara, tomando al ser humano como intermediario para poder lograrlo. En definitiva, registrar todas esas distintas formas en que se nos presenta la misma esencia bajo el soporte del tiempo.

En este contexto, se pone de manifiesto la simetría subyacente entre ruina y construcción, se refuerza la idea de la arquitectura como proceso sujeto, al igual que un ser vivo, a la erosión, al desgaste, a la vejez.

Existe algo particularmente atrayente en la ruina, que nos retrotrae a fases atávicas en que lo amorfo aguardaba forma alguna de ordenación, dando paso a la materialización mental de alterrealidades latentes. Reconstruir otras atmósferas pasadas, pero igualmente respirar las ausencias de lo presente.

Proyectamos con la idea de la plenitud de lo pensado, en esos instantes en que el edificio manifiesta su máximo potencial: nuevo, reluciente, impoluto. No es menos interesante trabajar con el horizonte de la muerte de lo construido (de lo terminal), reflexionar acerca de sus posibles huellas en el lugar, de aquello que se extraviaría o bien permanecería en el tiempo.

Asimismo, conforme avanza la vida útil del objeto proyectado, se produce una progresiva simbiosis entre lo natural y lo artificial; el artefacto paulatinamente se difumina en su entorno invadido por las hiedras y el musgo, por los impactos de la lluvia y el viento, adoptando incluso un color parecido al del lugar, una tonalidad casi atmosférica.

La arquitectura es una sucesión gradual de límites, y es cierto también que frente a los controlados umbrales pensados entre los espacios, el tiempo consigue establecer una impredecible distorsión en cuanto a sus distintas relaciones: el exterior cada vez se introduce más en el interior, las conexiones entre las diferentes estancias se hacen igualmente más permeables…

Como el boceto, en donde una línea que se repasa nunca es igual a la situada debajo, en donde los cambios de parecer o simplemente las probaturas generan distintas intensidades, determinaciones y estratos, el edificio construido nunca será uno: sujeto a los avatares del tiempo y a la erosión del lugar, siempre poseerá ese carácter tan sugestivo de incertidumbre.

Incontrolable, escapa de los trazos del creador y de las manos del constructor, ya nacido queda expuesto a la transformación, a la destrucción.

Todo lo que crece pide destrucción
Ayn Rand