![]() |
Hubert Blanz, Geospaces / Urs Fischer, You |
![]() |
Marcel Duchamp, Grand verre / Man Ray, Elèvage de Poussiere |
Más que un vacío urbano,
tal como se refieren a él algunos investigadores, se trata más bien de una
erosión confinada, a modo del cráter excavado entre muros por Urs Fischer en el
interior de la galería de arte neoyorquina Gavin Brown.
Pese a haber sido escenario
de innumerables aconteceres y trasuntos a lo largo del crecimiento urbano de
Sevilla, y de ir acomodándose a la llegada de nuevos elementos (Fábrica de
Tabacos, Palacio de San Telmo...) que, por otra parte, le otorgaban un carácter
más marcado como soporte conectivo y espacio sirviente, la realidad con la que
nos topamos hoy día es con la de un lugar enmohecido y sepulto bajo el polvo,
al igual que el “Grand Verre” de Marcel Duchamp en el momento en que fuera retratado en una condición
mucho más débil y envejecida por Man Ray.
Lamentablemente, lo más
interesante del Prado no es su naturaleza vigente (aunque sí la vigencia de su
problemática), sino sus tiempos pasados y posibles. No es menos cierto que el
Prado ha salido indemne de tremendas aberraciones, pero no ha dejado de ser
víctima indirecta de decisiones cuanto menos discutibles.
Por otra parte, su estado
decrépito y su singular posición dentro de la matriz urbana lo convierten en un
espacio de oportunidades, por lo que una comprometida lectura del mismo, unida
a una generosa y abierta reconducción de dichas oportunidades podrían no sólo
dejar de convertirlo en un junkspace, un espacio sobrante, intersticial y
desechado, sino igualmente conferirle la entidad de pulmón de la ciudad, algo
que por temporalidad, territorialidad y significado le corresponde.
No se trata de anular sus
potencialidades, ni tampoco de tomar la inoperante postura del “Yo no lo haría”
del Bartleby de Melville, pero si se hace preciso, aunque sea al menos como
débito al lugar, reivindicarlo y reconstruirlo.
Un espacio tradicionalmente
sirviente, soporte de pisadas, de ruedas de carruajes, de caballos arribando al
recinto ferial, se halla totalmente desorientado, cercado y aprisionado, herido
a modo del costillar latente de la biblioteca varada de Zaha Hadid en su
interior, como si de un zoom del mismo Prado se tratase, ni evidentemente
ayudan muchas de las transformaciones mercantiles que desde inicios del siglo
XX se le han pretendido conferir (fases de urbanización, núcleo comercial...) y
que todavía se persiguen (Ciudad de la Justicia), meramente por su apetitosa
ubicación para albergar un uso privilegiado en la ciudad.
![]() |
Berlín. Solar (2000) y Memorial (2012) / Joel Sternfeld, Highline |
![]() |
Robert Smithson, Floating island / Stèphane Couturier, Arqueologías urbanas |
No muy distinta es la
operación que llevan a cabo Diller y Scofidio en el Highline neoyorquino:
situado en pleno corazón de la isla de Manhattan, el área del Lower West Side
parece más bien un vertedero industrial periférico; la antigua línea
ferroviaria que lo recorría no era menos, completamente invadida por la vegetación, que
pareciera querer extraer Robert Smithson y alejarla lo máximo posible de la
isla en su “Floating island” a través del río Hudson. El sencillo recurso de
Diller y Scofidio es el de restaurarle a un espacio tradicionalmente sirviente,
inoperante en aquel momento, la misma condición anterior facilitándole una
ocupación ciudadana, aportando además ese cariz boscoso en que se fue tornando
conforme su abandono progresaba.
En esta línea, conservar el
Prado no habría de ser una estrategia de letargo, como si de ante una joya
patrimonial nos hallásemos, sino más bien de un reconocimiento de sus tiempos,
para lo cual es fundamental una eficaz lectura de sus facciones, muy alejada de
un aséptico y mecánico análisis cronológico de aconteceres que pudieran haberle
condicionado y modelado, sino más bien de un desencriptado de sus estratos, en
ocasiones tan complejos como los que se vislumbran en los paisajes urbanos que
capta el fotógrafo francés Stèphane Couturier.
Por este motivo, para
tratar de llevar a cabo un adecuado acercamiento a la figura real del Prado, saber
determinar qué es exactamente y qué factores le han otorgado dicha identidad,
se ha pretendido distinguir una serie de estratos contenedores de sus
cualidades, como si del escaneado de la personalidad de un ser humano se
tratase. De igual modo, la naturaleza del Prado no se presupone de índole
meramente territorial, tal como es representado a lo largo de los siglos en los
mapeados históricos de Sevilla, ni tampoco exclusivamente temporal, al menos
desde un punto de vista cronológico, pero, al mismo tiempo, se consideran ambos
condicionantes como los fundamentales para alcanzar el grado de comprensión
suficiente del objeto. Es por ello que es identificado como un campo neutro,
una matriz reticular en cuyo seno se insertan tridimensionalmente los distintos
estratos a razón de una lógica cartesiana configurada por dos ejes
multitemporales: el eje de abscisas nos evalúa la cantidad de temporalidad
acumulada de aquellos conceptos, aspectos o influencias pertenecientes a los
distintos grupos de estratos. Esta temporalidad acumulada se entiende como suma
de importancias a lo largo del tiempo, lo que pudiera entenderse como el grado
de trascendencia del elemento como consecuencia de la intensidad de
significación que atesora en una determinada franja temporal. En cambio, el eje
de ordenadas nos señala el impacto coetáneo del elemento, entendido como el
grado de importancia instantánea en el momento “t” que pudiera representar para la
conformación del Prado.
![]() |
Prado, vista aérea / Prado como matriz cartesiana |
![]() |
Estrato usos, y campo de estratos tridimensional |
La práctica no se considera
definitoria, más bien se trata de una guía de referencia intermedia que nos
desgrana aspectos claves para comprender el Prado como algo más que un recinto
ahogado en la ciudad susceptible de ser insertado en ella. Quizás sea más bien
un proceso introspectivo de identificación con el objeto patrimonial como
sustento previo a la acción que pudiera efectuarse sobre él.
Los tipos de estratos delatan
espontáneamente una serie de características (o tipologías) que definen sus
capacidades más intrínsecas: huellas, absorciones, caminos..., parámetros que
dialogan acerca de la complejidad de su relación con la ciudad, y manifiestan
su razón de ser como lugar al servicio de la ciudadanía, soporte de conexiones,
trayectorias, y relaciones intangibles, en definitiva, su carácter de espacio
para la ciudad.
Por ello, emplear el Prado
como espacio subordinado a la especulación, promovido por intereses ajenos a los
de un lugar de tanta intensidad tempo-territorial, para acabar finalmente
ocupado por un complejo edificacional aleatorio parece más bien el
desvanecimiento definitivo de todo rastro que aún pudiera mantenerse latente.
En su lugar, regirse por
estrategias tomadas en situaciones previas similares con cierto éxito y
eficacia, como en los casos de Berlín o Nueva York, basadas en operaciones que
reconocen la identidad del lugar, absorben su esencia, y lo revitalizan y
adaptan a los nuevos modos sociales, parece el enfoque idóneo para un espacio
tan descontextualizado a la vez que singular. Manifestar sus tiempos, restituir
su rol característico de soporte cívico, sin por ello renunciar a sus
oportunidades, no sólo haría justicia con el propio Prado, sino que además
permitiría la activación de un núcleo potencial que al fin podría quitarse la
máscara para ser de nuevo lo que, al fin y al cabo, le ha caracterizado durante
tantos siglos: un espacio para la ciudad.